Observen filosóficamente el concepto “cadena”, y tóquense las que se lucen en el cuello. Pueden enfrentarlas ahora con la cola de mujeres apuntadas en los clubes del oro. Ellas van por las joyerías de barrio, dando un dinerito que no tienen, poquito a poco, para conseguir más cadenas.
Es que son tantas las nietas y los niños, es que son tantas las cadenas, es que son tantos los fantasmas arrastrando las cadenas de oro y las melladas por el gabinete del ideario flamenco-andaluz.
El DJ Tempul va y me tira un cante:
La que mira el escaparate
intensamente y dejándose los ojos
refleja que por mucho que se fije
nunca se convertirá en oro…
¡Que cantar bien no es llegar al octavo piso de la garganta… o comprarse un ático de gañote… que cantar bien no es calcarlo… que te estás comiendo lo que se comió la alondra… que el disco lo cortan y lo pegan… en las fotocopiadoras 3D ahora fabrican de todo… no seas celibidache, primo… pero hay una caterva de cantaores a la calandria que incorporan en la voz de su máscara hasta las frituras de las grabaciones analógicas…!
En el tercer recogimiento del misterio de sus voces, increíblemente, son capaces de cantar y reproducir a la vez los motores bifónicos del Pepe Toshiba y Antonio el Sanyo funcionando juntos… y hasta rematan con el claqueteo incluido de la botonera de plástico del radiocasete… con la tecla cascada del play que siempre se cae al suelo… hay cantaores que imitan a la perfección la cinta de Manuel Vallejo… desde que empieza hasta que salta… y te llevan a la visión de la sala de espera de un ambulatorio cualquiera… con las reverberaciones que producen las viejas esperando la vez… y los viejos vendiendo lotería… hasta se oyen las percusiones de las extremidades cayendo… y el eco que producen los miembros rebotando en el suelo de granito de la leprosería de San Lázaro…
Por la calle San Luis de Sevilla pasan muchos flamencos, como cien mil hijos, arrastrando teatralmente cadenas, haciendo como si no se hubieran bajado del tren. Había un grafiti banksyano de Maradona al lado de un teléfono “público”, ocupado por el batería suplente de La Máquina Blonde. Y andando andando me metí en la casa de vecinos deshabitada donde vivió el cantaor Manuel Vallejo, que estaba abierta por obras.
Éste es el patio grande… por aquí estaría la cocina comunal… el corral… por este portillo que da a un callejoncito sin salida entraría Vallejo ajumado… para que nadie lo viera, si es que volvía… si es que vivió realmente donde dicen los alcaldes… porque ahora son los alcaldes quienes se inmortalizan en las placas de las calles: –¡Y este adoquín del bordillo lo puso fulano… y este bolardo… y esta reja… y este vado también!
Y del patio en obras me llevé un azulejo, con su pegote de escombro antiguo… del mismo sitio por donde el cazador de gitanos creyó que el artista flamenco y psicofónico tenía el paso.
¡Vaya querencia de ruina! Como un fantasma ahora era yo el que cargaba… con el zombi de Vallejo… subido a caballito en mi espalda… andando con un cascote arenoso que pesaba lo suyo… que no cabía en el macuto y lo dejaba todo perdido de arena de casa vieja… como el cajón de la mesa donde aterrizó… hasta que de la clausura del escritorio volvió a la basura… llegando a otros vertederos.
Era toda una cadena de despropósitos, puesto que las grabaciones de Vallejo también irán a la basura negra, mañana mismo. Arza.
Blog de David Pielfort.