Es también a finales del siglo XIX, y junto a toda esta batería de instituciones de control, donde nace la noción de ángel del hogar. Noción muy recurrente en la plástica, literatura, música y poesía del arte de fin de siglo y que no es otra que la mujer como símbolo bifaz, con dos caras o rostros opuestos. Mujer impregnada de perversión en su versión de mujer fatal. Noción que constituye una ficción biopolítica que redefine a la mujer como madre protectora y amorosa, dependiendo de ella la humanización o universo emocional de los propios hijos, “pues al tiempo que se le concede a la mujer/madre una importancia extraordinaria, se extrae el cuerpo femenino (…) del ámbito de la producción económica para ser por un lado idealizado y exaltado a través de la figura de la madre amamantadora y cuidadora del hogar (la buena madre burguesa), y por otro lado marginado y criminalizado a través de la figura de la prostituta”[1].
Este ángel del hogar, esta madre/prostituta, que a su vez llega a nosotros desde la tradición medieval como la mujer santa y la pecadora, encarnándose esta última en la figura de Eva, y que remite a la serpiente como símbolo -anillo en el dedo del infeliz torero en Sangre y arena (1922)-, es una figura recurrente de los primeros años de la vanguardia. Encontrando así fuertes paralelismos entre las mujeres-madres-prostitutas de El Dorado (1921), La barraca de los monstruos (1924) o Violetas Imperiales (1924), y las madres circenses, pobres y caídas en desgracia de Picasso. Por su parte la Viridiana de Buñuel nos muestra uno de los mejores ejemplos de mujer como ángel del hogar completo, es decir, de dualidad santa-pecadora que se inicia con la perversión que encierra un inocente juego de cartas. Sin duda el paso de transgresión más imperdonable, es el paso de las mujeres buñuelianas, es la transgresión absoluta, ya que constituyen el paso batailleriano del sacrificio religioso al erotismo, y más allá, a la consumación del acto sexual. O lo que es igual el paso de una mujer santa a una mujer prostituta, aderezado por la culpa. Viridiana nos habre todo un mundo de perversión y transgresión.
Cuenta Bornay sobre la apariencia física de esta mujer fatal, que hay en general una coincidencia en describirla como belleza turbia, contaminada y perversa. Sus rasgos psicológicos destacan por su capacidad de dominar, su frialdad e incitación al mal, aniquilando todos los obstáculo para saciar sus más terribles instintos[2]. Mujeres ideales, pero enfermizas y felinas, que son la ruina del hombre recto y cabal. “(..) todas tienen la muerte marcada en los lánguidos cuerpos, en la palidez de los semblantes”. Y estéticamente llegan a su culmen en creaciones como La mujer y el pelele o El diablo es una mujer (1935). Menos en el caso del Carmen, esta mujer fatal suele pertenecer a una clase social alta. En contraposición a su opuesto bondadoso, que suele pertenecer a clases medias o humildes, pero nunca pobres. Santas-vírgenes y amantes-esposas a las que acabaran traicionando estos hombres peleles en la mayoría de los casos. Incorporándose en esta versión la importancia de la honra de la buena mujer, y la culpa y consecuencia fatal que puede llevar su pérdida, como vemos en la película de Benito Perojo La Bodega (1929) y en cuyo caso la sustancia conductora es el alcohol.
Una España de alcohol también retratada por Francis Carco, Bataille y tantos otros. Porque la fiesta en España siempre es amenizada con alcohol, algo que aunque parezca carente de importancia no lo es, llegando incluso a ser la causa de la prohibición y cierre de las tabernas como lugares de cante y baile en la época franquista. Más curiosa sí cabe es la relación del alcohol con la mujer-símbolo, en su rostro de prostituta como complemento indispensable, y en su cara contraria como bebida peligrosa y desaconsejable, ya que ésta en el estado de embriaguez podía llegar a perder la honra, como Conchita Pique en La Bodega (1929); Timothy Mitchell sostiene que durante el s. XIX y parte del s. XX el flamenco era entendido como “lugar” de mal vivir, y como “una catarsis ayudada por el alcohol de la subcultura étnica de la bebida”[3].
JUERGA
«Alegría, son alegrías,
venga vino y soleares,
que es esta la noche mía!
Tus penas no son tus penas,
que son las penas de alguien,
que a muerte a mí me condenan.
Yo nunca te tuve a tí…
que tan sólo aquella noche,
que mucho vino bebí.»
Rafael de Urbano (1934)
[1] PRECIADO, Beatriz. “Genealogía somatopolítica y marcos de inteligibilidad corporal: del cuerpo soberano al cuerpo biopolítico”, Ciclo de conferencias Cuerpo Impropio. Guía de modelos somatopolíticos y de sus posibles usos desviados, Sevilla, Universidad Internacional de Andalucía, 2- 4 de noviembre de 2011.
Blog de Alicia Navarro