“Y no hagas caso de lo que diga la gente
Tienen envidia por que yo amo libremente
Por que mi amor es como un pájaro silvestre que no se puede enjaular….”
MARTÍN, M. S.O.S (1994)
Poética palabra, enjaular, que reside en el centro de la prohibición falocentrista relativa al género y que con tintes políticos se insertó en el núcleo de nuestra sociedad occidental no hace más de dos siglos. Técnicas de encierro que partiendo de la desmedida digresión que sobre el ámbito de la identidad -remitidas al sexo, género, raza, etc.-, se produjó en el s. XIX. Un encierro que llevó al inicio del cambio, a las revoluciones sexopolíticas que culminarían en el s. XX como prácticas subversivas de búsqueda de la libertad sexual del sujeto “diferente”, que ahora es también “doliente”. Y justamente aquí, es donde encontramos a la cantaora Mayte Martín.
Si seguimos la estela de Butler y afirmamos que la verdad de género pertenece al ámbito de la estética, encontramos todo un campo de investigación en Mayte Martín. Una cantaora que desde muy joven ya destacaba, no sólo por sus actitudes flamencas sino por su “curiosa” indumentaria masculina. Un rol de masculinidad que en sí mismo constituye una lucha, una contra-ficción sexopolítica o un punto estético de fuga inserto en el corazón del flamenco. Una butch flamenca en la que el constructo de masculinidad -como (re)construcción sociopolítica y somática- (re)vierte en su cuerpo para hacerse visible, generando en ella códigos, ficciones culturales o signos de representación estética que pasan a ser algo más, pasan a ser síntomas. Ya que estos se revelan contra la norma generando una nueva “verdad” que llega a nosotros por medio de lo visual, de la estética de un cuerpo cuyo rol es a partir de ahora subversivo, una subversión que destruye hasta los cimientos la prohibición de imposibilidad por parte del sujeto femenino (“ser” el Falo) de adoptar las actitudes, comportamientos y códigos estético-sociales de los “poseedores del Falo”, lo que lleva a este cuerpo feminista a la reivindicación-“curación” por medio de puntos de fuga insertos en el ámbito estético del flamenco, algo que ya haría Trinidad La Cuenca como si de una proto-butch andaluza se tratase.
Para Mayte subirse a un escenario es “curarse”[1], ya que en éste, y por medio de su arte, se muestra tal y como es, esto es, tal y como se siente. Un sentir que hizo que compusiera la letra de su reivindicativo tema S.O.S como necesidad de curación, un narrar(se) o (auto)relatarse que nos une a la necesidad de transformación y búsqueda de “verdad”, no sólo foucoultiana, sino también platónica si pensamos en el Alcibiades.“Sólo un arma puede hacerlo: la herida sólo se cerrará con la misma lanza que la provocó.”[2] o como expresaría esta cantaora “Ven a llenarme de caricias diferentes/ Ven a sacarme de este pozo de amargura donde me encuentro yo”.
Mayte genera por medio de su cante y estética butch, contra-ficciones sexopolíticas en el flamenco, que al igual que las propias ficciones establecidas por la norma se incorporan y buscan veracidad, o lo que es igual, su derecho a existir libremente por medio de lo que podemos denominar práctica ritualizada de repetición; sirviendo ésta como método de fijación en la norma. Así recordamos los casos de las proto-butch o drag flamencas encarnados en Carmen de Granada, Trinidad La Cuenca o José León La Escribana. Generando un nuevo campo de tensión sexual por la asimilación del constructo de los “poseedores del Falo” en el cuerpo de la mujer-“ser” Falo. Así el objeto del deseo pasa a ser la poseedora de dicho deseo, de dicha prohibición. Con este nuevo giro de tuerca de efecto preformativo inserto en el discurso flamenco contemporáneo, Mayte Martín se nos muestra como heroína y héroe de su propio cuerpo, o quizá como un tercer artículo indeterminado, como prisma butleriano de representación de género o manifiesto contra-sexual flamenco. Ese que nunca más volverá a ser enjaulado.
[1] Conferencia de Mayte Martín, III Ciclo Catalunya Arte Flamenco, celebrado en la sede de la SGAE de Barcelona, 6 de Octubre de 2011.
[2] Acto III del Parsifal de Wagnser, 1882.
Blog de Alicia Navarro